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Mateo capitulo 18

La Biblia de las Américas

Nueva Biblia de las Américas

Nueva Versión Internacional

Reina-Valera 1960

Biblia del Jubileo

¿Qué significa Mateo capitulo 18?

Mateo 18 comienza con una pregunta que los discípulos le hicieron a Jesús: ¿quién es la persona más importante en el reino de los cielos? La sorprendente respuesta de Jesús forma la base del resto del capítulo.

Jesús llamó a un niño y lo puso en medio del grupo de discípulos mientras ellos estaban hablando. Entonces, les dijo que a menos que se volvieran como ese niño, ni siquiera entrarían en el reino de los cielos. La persona más importante en el reino será el que se humille como este niño. Lo que Jesús quería decir no es que los cristianos deban ser crédulos o ingenuos. En cambio, lo que Jesús estaba diciendo es que necesitaban acercarse a Dios con una fe confiada y aceptar sus propias limitaciones. Las personas que ayudan y guían a otros "hijos" espirituales son los que verdaderamente servirán a Dios. Sin embargo, aquellos que hacen que los creyentes se pierdan recibirán un juicio severo (Mateo 18:1–6).

Las tentaciones son inevitables, y Dios no es quien las envía (Santiago 1:13), sino que están ahí debido a que forman parte de nuestro mundo caído. Entonces, Jesús, usando una exageración deliberada, animó a Sus discípulos a hacer todo lo que fuera posible para evitar el pecado (Mateo 18:7–9).

Al mismo tiempo, Jesús les dijo que no juzgaran demasiado a los que caen en el pecado. Jesús nos recuerda que Dios valora mucho a todas las personas. Lo mismo que un pastor deja a todo su rebaño para buscar a la oveja que se ha extraviado, Dios también hará lo posible para traer a esa oveja de regreso. Su voluntad es que ninguno de sus hijos o hijas acabe pereciendo. Por lo tanto, si Dios valora a todos Sus hijos e hijas y celebra el hecho de que uno o una de ellos vuelva con él, los cristianos deberían tener esa misma actitud cuando algo parecido les ocurra a ellos (Mateo 18:10–14).

Después de esto, se nos plantea la pregunta de qué deberían hacer los hermanos y hermanas creyentes cuando alguien comience a pecar deliberadamente. Jesús compartió con Sus discípulos la manera de lidiar con una persona que esté pecando. Primero, la persona que sufrió debido a esos pecados debe acercarse a su hermano o hermana en privado para tratar de resolver el problema. Si eso no funciona, esa misma persona debe volver con uno o dos testigos más para establecer que esa persona es verdaderamente culpable de haber pecado. Si esa persona todavía se niega a arrepentirse, se debe tratar el caso en frente de toda la iglesia o asamblea. Negarse a arrepentirse en ese punto debería conducir a que esa persona abandone la comunidad cristiana y se le trate como a un extraño. Hablando en ese mismo contexto, Jesús comenzó a hablar con el resto de los discípulos sobre algo de lo que ya había hablado con Pedro (Mateo 16:19): todo lo que ellos ataran o desataran en la Tierra, sería atado o desatado en el cielo. Si dos de ellos se pusieran de acuerdo en algo aquí en la Tierra, Dios Padre lo haría por ellos. Dondequiera que dos o tres de ellos se reunieran en el nombre de Jesús, él estaría allí presente con ellos (Mateo 18:15–20).

Pedro luego continúa con este mismo tema y le hace una pregunta a Jesús acerca del perdón. Pedro pregunta cuántas veces se debe perdonar a alguien que repetidamente peque contra nosotros. Pedro sugirió siete veces, lo cual representaba más del doble de lo que habría sugerido el judaísmo de su época. En cambio, Jesús le dio a entender que debemos estar listos para perdonar a las personas tantas veces como sea necesario (Mateo 18:21–22).

Para ilustrar esta idea, Jesús les contó una parábola. A un rey le debía dinero uno de sus sirvientes. Cada uno de los talentos era aproximadamente lo que un trabajador común ganaba en veinte años. Por lo tanto, la cantidad de 10,000 talentos que mencionó Jesús durante la parábola era mucho más dinero del que nadie podría pagar, no solo en una vida, sino en miles de vida. Cuando el rey ordenó que el hombre y su familia fueran vendidos como esclavos debido a toda la deuda que debía, el sirviente le rogó al rey que tuviera paciencia y le prometió pagarle a tiempo. El rey se apiadó del hombre y le perdonó la deuda completa, lo cual representa la paciencia que Dios tiene con nuestros pecados (Romanos 2:4; 2 Pedro 3:9), y Su increíble misericordia al estar dispuesto a perdonarlos (Mateo 18:23–27).

El sirviente salió de la presencia del rey e inmediatamente se encontró a otro sirviente que le debía dinero. Esta deuda tampoco era muy pequeña que digamos, ya que equivalía al salario que un trabajador recibía durante unos meses, pero en realidad no era nada en comparación con la cantidad que el primer sirviente le debía al rey. Ese sirviente tampoco podía pagarlo y le pidió a su consiervo que le diera algo de tiempo. El sirviente que había sido perdonado por el rey se negó a esperarlo e hizo que el hombre fuera arrojado a la prisión de deudores. Cuando el rey oyó esto, se enfureció porque el sirviente al que se le había mostrado tanta misericordia no le había mostrado misericordia a su consiervo. Entonces, el rey hizo que este hombre fuera arrojado a la prisión de deudores hasta que devolviera todo lo que debía—lo cual, como ya sabemos, significaba que esta era una sentencia permanente que duraría para siempre (Mateo 18:28–34).

Después de eso, Jesús les advirtió que Su Padre que está en los cielos hará lo mismo con las personas que no perdonen de corazón a sus hermanos o sus hermanas. Esto significa que aquellos que no perdonen de corazón probablemente no lleguen a tener una relación con Cristo, ni tampoco podrán alcanzar Su perdón (Juan 14:15). De hecho, no hay nada bueno que podamos hacer para ganarnos la salvación (Tito 3:5), sino que la forma en que vivimos refleja el tipo de relación que tenemos con Dios (Mateo 18:35).
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