Capítulo
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Verso

Romanos 9:20

LBLA Al contrario, ¿quién eres tú, oh hombre, que le contestas a Dios ? ¿Dirá acaso el objeto modelado al que lo modela: Por qué me hiciste así ?
NBLA Al contrario, ¿quién eres tú, oh hombre, que le contestas a Dios? ¿Dirá acaso el objeto modelado al que lo modela: “Por qué me hiciste así?”
NVI Respondo: ¿Quién eres tú para pedirle cuentas a Dios? «¿Acaso le dirá la olla de barro al que la modeló: “¿Por qué me hiciste así?”»
RV1960 Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así?
JBS Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? O dirá el vaso de barro al que lo labró: ¿Por qué me has hecho tal?

¿Qué significa Romanos 9:20?

Pablo les hace ahora algunas preguntas difíciles a sus lectores y también nos las hace a todos nosotros. Pablo se ha imaginado que estamos reflexionando sobre el ejemplo de Dios endureciendo el corazón del Faraón (y aún así culpando a Faraón), y estamos dudando sobre la justicia de Dios. Ésta es una reacción humana normal; si una persona de alguna manera "obliga" a otra a hacer algo, todos consideraríamos que el hecho de responsabilizar por sus acciones a la persona que está siendo coaccionada sería algo escandaloso.

Sin embargo, Pablo nos devuelve la pregunta a todos nosotros: ¿quiénes somos nosotros, como seres humanos mortales, para responderle a Dios? Dios es Aquel quien moldeó a Adán del polvo de la tierra (Génesis 2:7) y quien nos crea en el vientre de nuestra madre (Salmo 139:13). ¿Puede el que ha sido moldeado replicarle a Aquel que lo moldeó y exigirle que debería haberlo hecho de otra manera?

La respuesta que se asume es un rotundo "no". Las cosas creadas no pueden contestarle a Su creador. Los seres humanos tampoco tienen el derecho de moralizar con Su Creador acerca de Sus elecciones. Dios es Dios y nosotros no lo somos. Por muy paralizante que esto pudiera ser para nuestro orgullo, debemos comenzar comprendiendo que Dios es libre de hacer lo que quiera, Dios no nos debe nada: ni misericordia, ni amor, ni gracia. Esa, de hecho, es una de las razones por las que el evangelio es tan increíble. El amor y la misericordia que Dios nos muestra al ofrecernos la salvación es algo absoluta y completamente inmerecido.

Por lo tanto, no podemos apreciar la profundidad de ese tipo de amor hasta que aceptemos el hecho de que Dios no nos debe absolutamente nada.
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