Capítulo
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Marcos 5:3

LBLA que tenía su morada entre los sepulcros; y nadie podía ya atarlo ni aun con cadenas;
NBLA que tenía su morada entre los sepulcros; y nadie podía ya atarlo ni aun con cadenas;
NVI Este hombre vivía en los sepulcros, y ya nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas.
RV1960 que tenía su morada en los sepulcros, y nadie podía atarle, ni aun con cadenas.
JBS que tenía domicilio en los sepulcros, y ni aun con cadenas le podía alguien atar;

¿Qué significa Marcos 5:3?

Jesús y los discípulos se han escapado de las multitudes en la costa occidental del mar de Galilea y atracaron su bote en el área sureste de los modernos Altos del Golán. Inmediatamente, se encuentran con un hombre desnudo poseído por una "legión" de demonios. Si Mateo 8:28 registra el mismo evento en su pasaje, entonces había dos hombres presentes en este incidente. Las tumbas en las que vive este hombre son sepulcros: cuevas, ya sean naturales o artificiales, excavadas en las colinas rocosas en las que se guardan a los muertos hasta que la carne se pudre. A veces los más pobres de los pobres vivían en sepulcros como estos.

El hombre era conocido por los residentes que vivían en el pueblo cercano de Gergesa, y habían tratado de atarlo y mantenerlo bajo vigilancia (Lucas 8:29). La palabra "atar" proviene de la raíz griega deo y significa "atar a alguien". También significa "estar controlado por un espíritu maligno" o "estar obligado por una ley o deber". Aunque la gente no pudo atar al hombre poseído por el demonio, Jesús pronto ejerce Su autoridad frente a los demonios.

Esto es algo que debemos tener en cuenta. Cuando alguien está controlado por el pecado, ya sea por demonios o por sus propias elecciones, no podemos "atarlo", espiritualmente hablando. Es decir, no podemos controlarlos y obligarlos a librarse del mal. Aunque está bien tratar de evitar que sufran daños físicos, a menudo no somos capaces de evitar que se dañen a sí mismos (Marcos 5:5) o a otros; de hecho, ni siquiera podemos liberarnos nosotros mismos de nuestro propio pecado, tal y como lo expresó Pablo en Romanos 7:14–20. Aunque podamos cambiar temporalmente nuestro comportamiento, solo Jesús puede liberarnos del poder del pecado.
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