Capítulo
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Verso

Marcos 11:32

LBLA ¿Mas si decimos: “De los hombres”? Pero temían a la multitud, porque todos consideraban que Juan verdaderamente había sido un profeta.
NBLA ¿Pero si decimos: ‘De los hombres’?” Pero temían a la multitud, porque todos consideraban que Juan verdaderamente había sido un profeta.
NVI Pero, si decimos: “De la tierra”…» Es que temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan era realmente un profeta.
RV1960 ¿Y si decimos, de los hombres...? Pero temían al pueblo, pues todos tenían a Juan como un verdadero profeta.
JBS Y si dijéremos, de los hombres, tememos al pueblo; porque todos juzgaban de Juan, que verdaderamente era profeta.

¿Qué significa Marcos 11:32?

La tragedia de toda esta situación es que los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos piensan que tienen que elegir entre perder su poder y autoridad ante Jesús, o ceder ante su pregunta y ser deshonrados ante la multitud. Si afirman el mensaje de arrepentimiento de Juan el Bautista, deben afirmar el mensaje de Juan de que Jesús es el Mesías. Si niegan que Jesús es el Mesías, tendrán que negar el mensaje de arrepentimiento de Juan, arriesgándose a que la gente dejara de respetarles. Eligieran lo que eligieran, su influencia política se vería afectada de una manera u otra. Desde una perspectiva puramente espiritual, la elección debería ser obvia: mantenerse firmes en la verdad. Su reacción, por supuesto, prueba que la verdad está lejos de ser su máxima prioridad.

Jesús ya dijo algo sobre esta actitud cuando condenó la costumbre de los ancianos de vanagloriarse frente a todos por las ofrendas que ofrecían en el templo, y por las largas oraciones que hacían en las esquinas de las calles mientras gritaban. Jesús dijo que, si usted "adora" a Dios para impresionar a los hombres, su recompensa también vendrá de la tierra y no del cielo (Mateo 6:2–6). Dios está más interesado en la humildad y la sinceridad que el legalismo y el orgullo (Lucas 18:9–14).

Es verdaderamente liberador para las personas el hecho de llegar al punto en el que no nos importe lo que otros piensen de nosotros o la influencia que tengamos o no tengamos y, en cambio, nos comprometamos únicamente a servirle a Dios y a vivir como si fuéramos ciudadanos de Su reino (Filipenses 3:20). Si lo pensamos bien, esta manera de ser rara vez nos acaba obligando a usar pelo de camello para protegernos del frío o alimentarnos solo de miel y de langostas, tal y como lo hizo Juan el Bautista (Mateo 3:4). Por lo general, una vida así ni siquiera implica el hecho de regalar todas nuestras posesiones (Marcos 10:17–31). Al contrario: significa amar a Dios y a los demás (Mateo 22:37–40) y permitir que el Espíritu Santo obre en nosotros para que queramos las mismas cosas que Dios desea (Filipenses 2:13).

Si los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos hubieran entendido y aceptado esto, habrían merecido sus títulos y sus cargos, y también habrían estado en peligro de "perder su prestigio" si hubieran defendido las cosas en las que realmente creían.
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